sábado, 6 de abril de 2013

Había una vez en un reino no muy lejano...

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Imagen tomada de jalamontania.wordpress.com  


El rey de la Montaña, el rey de "hace mucho tiempo en un pueblo muy lejano", el rey que regresa de su exilio, el rey de los Nueve, el rey Mendigo, el una vez y futuro rey, el rey Más-allá-del-muro...

Tantos reyes hechos de sueños, de la imaginación de los hombres en tiempos oscuros. Reyes olvidados, reyes convertidos en leyenda, reyes de carne y hueso y reyes de polvo de estrellas. Algunos de sus relatos son narrados con la esperanza de viajar por un momento en el tiempo y transportarnos hasta aquellos días en que las historias aseguran que vivieron. Otras veces quisiésemos que el fino cristal entre su mundo y el nuestro no fuera más que una cortina de agua que cae con promesas de un futuro brillante, de días gloriosos. También existen los cuentos en los que el rey tiene maliciosas ambiciones, que se ha vuelto egoísta, despota o cruel, o todas las anteriores. La sombra de la noche cae en sus reinos trayendo miseria a su pueblo. Se nos cuenta como poco a poco parece llegar un invierno sin fin a los corazones de todos quienes habitan allí. Cuando creemos que las cosas no pueden ser peores entonces algo despierta el polvo largo tiempo asentado, devuelve la luz sobre las cosas marchitas, el viento ya no trae sólo los cantos de las criaturas nocturnas sino que el aroma a vida lo impregna lentamente. Y así poco a poco vemos el corazón del Alto Señor, tornarse del cristal al oro. 

Existen además aquellos finales en que la sombra lo consume todo dejándonos con la reflexión sobre una profesía que podría cumplirse en cualquier reino, en cualquier tiempo.

La figura del rey sigue siendo protagonista aún en esta era en que parece que la corona y el cetro son meros ornamentos decorativos. ¿Por qué sigue teniendo tanta trascendencía aún hoy día? ¿Cuál es la Palabra Secreta que se sienta en el trono de la mente de los seres humanos?

Hubo un tiempo en que los hombres aún no se nombraban a si mismos bajo el nombre de un pueblo o una casa, que por todo techo tenían la boveda celeste. Cuando el mundo era salvaje y las tinieblas profundas, y la luz del día deslumbrante y atemorizante, el paso del tiempo se medía con la luz de las estrellas; entonces emergieron de entre los primeros seres conscientes aquellos quienes dieron los primeros pasos a lo desconocido, guiaron a sus iguales, fortalecieron la unión del grupo. Los años los coronaron de sabiduría, recordándoles siempre el propósito más elevado que era ser el servidor del pueblo. Paso una generación y la siguiente, los nombres de los primeros fueron ungidos, sus coronas ya no eran el viento y el sol invisibles sobre sus coronillas: oro, hierro, piedras preciosas, plata se posaban entre sus cabellos como símbolo de su rango. Pero "el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente"...  Y el resto de la historia es bien conocido al menos en términos generales por todos nosotros. Un día la Monarquía cayó en casi todas sus formas y variantes en todo el mundo, relevandola a rincones olvidados o a un lugar conmemorativo, y a los cuentos.

En los años que corren ahora las coronas volvieron a ser invisibles, exepto para aquellos que tienen dinero para hacerse una propia y proclamarse rey a sí mismo, difundiéndolo tan lejos y tan alto como su voz alcanza -bastante con la tecnología de hoy día-. Más las coronas de los primeros existían antes de que se les reconociera como de noble linaje, antes de que escribieran sus hazañas y fueran conscientes de su destino para bien o para mal. Cada ser humano poseemos el sol, el viento igual que los altos Señores y Señoras de antaño, cada uno contamos los granos de arena del tiempo para acumularlos en arrugas en nuestro rostro o como huellas en nuestro espíritu. Las mismas estrellas que en esos tiempos dibujaron el perfil de los reyes contra el manto nocturno, nos miran cada anochecer. La figura del rey perdura en nuestra memoria por que cada hombre es rey de si mismo, cada cuerpo su reino y su vida su reinado. Podemos decidir que clase de reyes queremos ser y si tomar la corona y con ella, el lugar que nos corresponde. O abdicar cediéndole el poder sobre nosotros a alguien más. Es una difícil desición por la que todos pasamos tarde o temprano, más por eso perdura en los cuentos la sabiduría sobre otros que reinaron antes, para que encontremos en ellos la fortaleza, el valor, la templanza, la audacia, la esperanza, todos esos atributos que a veces creemos inexistentes y los hagamos nuestros. Así igual que la corona que una vez fue invisible y al percatarnos de ella cobra vida propia, también encontraremos todos los tesoros largamente escondidos en nuestro propio reino cuando aprendamos a comenzar los cuentos con algo como: 

"Existe en un lugar más cercano del que pensaís, un Rey que escribe su historia con cada palabra que os digo y de quién conoces tan bien su nombre, como el tuyo propio...."

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