martes, 2 de abril de 2013

El Amo de los Deseos

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A mi dulce tormento: 

Sí, seguramente te hubiera gustado verme escribir estas líneas ¿no es verdad? ¡Ah! es que casi veo tu sonrisa a medias, esa tan sincera que habla sobre tu triunfo sobre los demás. Cuando la manipulación de tus encantos femeninos, cuando la palabra que siembras en los oídos en donde susurras, cuando las caricias encuentran el punto vulnerable bajo la carne, es entonces que aflora esa sonrisa tuya que tanto odio pero al mismo tiempo me intriga hasta el punto del delirio. Si no fuera por esos cabellos rojos que enmarcan la porcelana de tu rostro, juraría que es no más que una simple burla, pero como el fuego anima cada gesto tuyo ¡cómo me hace dudar sobre tus verdaderas intenciones! La dulzura en tu voz intenta convencerme de que haces todo eso por que me amas, te justificas diciendo que el capricho te gana como te ocurre tan a menudo desde que eras una pequeña niña. Más yo que estuve allí, nunca pude saber por cierto si los engaños son un inocente juego o un dulce y peligroso néctar que nació entre los montes de tus senos cuando estos se abrieron en flor al mundo.

 Estoy desvariando al especular sobre algo que nunca lograré descubrir. Lo que sé es que sonreirías ahora ante la idea de que admita que has ganado. Y ya que has logrado tu propósito al menos déjame tener la última palabra. Es cierto que mentí, robe, estafé y me convertí en otro frente al espejo. Todo fue por ti querida mía, tu me instigaste cada acción, conjuraste en silenciosos sueños las palabras que vinieron a mi boca para hechizar a otros. Tú obtuviste todo lo que tus ojos desearon, bastaba el más leve destello en ellos para hacerme querer conseguirlo para ti. Porque aunque fuiste tú la que adornó su cuello con oro y plata, perfumó su cuello y muñecas con finos hilillos de agua aromática, se vistió de cálidas pieles y coronó sus cabellos con diademas de diamante como una princesa de algún cuento encantado, fui yo quién saboreo los labios de granada, quién apartó las joyas para cambiarlos por besos húmedos y rubíes incrustados, quién bebió las aguas nectarinas de tu cuerpo y se embriagó con ellas. Fui yo quién coronó tu cabeza y quién se hizo amo y señor de tus deseos. Yo entre todos me reduje a un ser que dedica cada pensamiento a servirte, a venerar la figura inmortal encarnada en mujer. Entonces mientras más te alejabas del calor de los seres humanos y te perdías en los bosques de Dionisio como una más de sus fieles seguidoras, también te acercabas más a mí. Para ti nada más que un objeto, una lámpara mágica que frotar a voluntad. El tiempo transcurrió en una perezosa danza de arena y miel. Un buen día ocurrió que se terminaron los deseos que este genio podía concederte, tomaste todo de él y ahora él lo quería todo de ti. No anhelaba poseer las baratijas que tanto te complacían, sino la sonrisa que provocaba su visión. ¿La adulación, las palabras azucaradas que dedicas a tus juguetes? No, aspiraba todas y cada una de las caricias que les prodigabas para mantenerlos a tu lado. ¿Qué decir del generoso maquillaje que utilizabas para esconder los desvelos de tus noches más ardientes? No la visión exquisita frente al espejo bajo el rubor, las sombras y el carmín artificial de tus labios, sino los ojos, los pómulos, el sabor de tu lengua y tus palabras.

 Me pensarás egoísta al quererlo todo de ti, ¿es un trato injusto el querer de vuelta todo lo que fue tocado por cuanto te di? Creo que es un bajo costo por mi orgullo, mi dignidad y mi propio nombre al que redujiste a un apelativo cariñosamente imperativo. Así que contemplándote frente al espejo aquella noche mientras terminabas de cepillar tus cabellos de fuego, embelesado con tu imagen tomé la lámpara del genio a la que tanto afecto le tenías y abrí con ella tu cabeza para ver los deseos que jamás pronunciaste en voz alta y que tanto enloquecían mi mente con suposiciones sin sentido. ¡Fue maravilloso ver desgranarse tus sueños, tu personalidad, tus aspiraciones, tus miedos, tus arrebatos y tu fuego! Todo junto en un perfume encerrado dentro de ti que ningúnos ojos había contemplado jamás. ¡Y yo te creía bella cuando sólo veía la sombra de ti! Estaba ciego pero ya no más, ahora veo con claridad. 

La música devuelve la ceguera a mis ojos. La gente sentada en las mesas de blancos manteles, ignorante de la epifanía que por momentos me sobrecogió,conversan animados disfrutando del banquete recién servido. Las luces blancas adornan el jardín entre flores azucenas y abundantes listones. Y tú precioso ángel bailas con tu vestido largo, tus rizos acomodados cuidadosamente para coronar tu cabeza con pequeñas flores. Es otro quién te conduce por la pista en un baile fluido presentándolos a ambos al mundo como lo que son ahora. Sí, has ganado. Me tienes aquí imaginado tus sueños y deseos, visualizándome como el genio tras el telón que vuelve tus fantasías en realidad. Pero siempre he sido pobre de valor y tu demasiado rica en él. Entonces me conformo con el olor a alcohol que impregna mi único traje limpio que saqué del fondo del closet. Apenas si recordé como hacer el dichoso nudo de la maldita corbata. Incluso peiné mi cabello normalmente alborotado para llegar aquí y que me robes el aliento con la hermosura que te hace brillar hoy como blanca paloma, y cuando me hubiste arrebatado las palabras de los labios, me llamaste con tu vocecilla cantarina con aquél apelativo que tanto te gusta recordarme: "hermanito".

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